Estimados colegas, como guardianes de la cultura de nuestras organizaciones nos pareció importante abrir el debate sobre los termino de negocio que suelen usar nuestros colaboradores.
Cincuenta ejecutivos participan en un programa de desarrollo directivo de una importante escuela de negocios. Uno de ellos cuenta que uno de sus competidores ha intentado dañar deliberadamente a su empresa. El moderador de la sesión pregunta: «¿Cuántos creen que un rival ha intentado atacar nuestro negocio?». 50 levantan la mano. El moderador vuelve a preguntar: «¿Cuántos de uds. han trabajado para una empresa que intentara hacerlo con la competencia?» Las 50 manos desaparecieron.
Lo importante no es si los ejecutivos estaban en lo cierto. Lo importante es la creencia generalizada que revelaron sus manos, primero arriba y luego abajo. Todos los presentes estaban convencidos de haber sido atacados por empresas rivales abiertamente hostiles.
Tal vez se deba al lenguaje que empleamos en las empresas. Capturar cuota de mercado. Robar clientes. Defender nuestra posición. Reunir a las tropas. Contraatacar. Por desgracia, las metáforas bélicas invaden incluso las capacitaciones que organizamos. Los llamamos «juegos de estrategia», pero la gente mira al facilitador como si fuera un desertor.
Las metáforas bélicas son una declaración implícita de la consideración de las empresas rivales. Son oponentes en un juego de suma cero. Pero también esta ¿Qué pasa, disparamos a los clientes con big data? Son «fuente de ingresos», donde los clientes son recursos naturales por extraer. Imagínese lo que sucederá cuando averigüemos cómo extraerlos (y tal vez lo hayamos hecho ya). Ni hablar de «ejecutar» nuestra estrategia.
¿Pero con cuáles las reemplazamos?
Ajedrez: ganar la partida sin matar al otro jugador. Concurso de belleza: deleitar al cliente. Ecosistema: coexistir sin arruinar el mercado. ¿Qué pasaría si escogiéramos una metáfora más personal para «relación», con la que las empresas invirtieran en la confianza y lealtad mutual con sus clientes?
Las metáforas que escogemos no sólo despersonalizan a los rivales y clientes. Afectan a cómo vemos al resto de los colaboradores en el trabajo, también conocidos como plantilla, recursos y mano de obra. Somos presupuestos y costes, somos los ocupantes actuales de casillas en un organigrama. Las casillas pueden existir sin nosotros, pero nosotros no podemos seguir sin las casillas: «Su puesto ha sido eliminado».
La gente me pregunta cuánta gente trabaja para mí. Contesto que ninguna. Ninguno de mis compañeros trabaja para mí. No trabajan para servirme ni para enriquecerme. Trabajan para ellos mismos y sus familias. Suelo decir que mis compañeros trabajan conmigo y yo con ellos. En mi metáfora son voluntarios.
No se trata de una cuestión de blanco o negro. Cada metáfora contiene algo de verdad, y ninguna contiene una verdad absoluta. Lo que importa, creo yo, es que nuestras metáforas revelan cómo enmarcamos nuestras ideas y acciones. Revelan las lentes a través de las que observamos a los demás. Afectan a las acciones que escogemos y justificamos. Nos comportamos de una manera cuando vemos enemigos, objetivos, costes y roles, y de otra cuando vemos a personas como nosotros.
Colegas, elijamos nuestras metáforas.
[…] parezca un poco descabellado, muchas de nuestras prácticas empresariales nacieron ahí y en la actualidad sus mejores prácticas nos pueden servir de ejemplo para incorporar en nuestras […]