A medida que el mundo de los negocios se ha apresurado a ponerse al día en el arte de contar historias, sus ventajas sobre otras formas de comunicación y persuasión se han publicitado cada vez más. Pero al igual que cualquier herramienta potente, las personas pueden usar las historias para el bien o para el mal. Ha llegado la hora de lidiar con el reverso tenebroso de las historias.

La «Niña Prodigio»

Un ejemplo es la empresa de tecnología médica Theranos. Que parece estar llegando al final de un épico proceso en el que brilló con más fuerza que nadie hasta apagarse por completo. Tras un tiempo de halagos por parte de la prensa tecnológica y económica, el Wall Street Journal informó en octubre de 2015 de que la tecnología insignia para el análisis de sangres era prácticamente un fracaso total. El mes pasado, los inversores acusaron a la empresa de mantener una gran estafa. En un intento por recuperar una inversión de 96 millones de dólares, el fondo de inversión Partner Management Fund LP acusó a Theranos de «una seria de mentiras, declaraciones erróneas y omisiones» e interpuso una demanda contra la empresa por fraude de valores.

Según Vanity Fair, Theranos era una firma valorada en 9.000 millones de dólares, gracias a las fuerza de una «una infladamente buena». Elizabeth Holmes construyó una inspiradora narrativa heroica en la que ella era la protagonista: un genio precoz que, con 19 años, se convirtió en una pionera de la tecnología médica que podría salvar millones de vidas en todo el mundo. A pesar de las abundantes señales de alerta, y a pesar de la negativa de la empresa de Silicon Valley a proporcionar pruebas fidedignas del funcionamiento de su tecnología, los periodistas no abordaron la historia de Holmes con escepticismo: simplemente la repetían. Contaron y recontaron el relato de Holmes hasta que ella empezó a parecerse menos a una persona real y más a un símbolo vivo de progreso, innovación y empoderamiento femenino. El problema, como ha señalado John Carreyrou en más de una docena de artículos del Wall Street Journal, es que Theranos tenía poco más allá de su historia; y esa historia era sobre todo ficción.

Y ese es justamente el motivo, según explicó la periodista científica Maria Konnikova en su libro «El juego de la confianza», por el cual hayuna historia potente y repleta de emociones en el corazón de cada estafa. Y también es la razón por la que las revistas académicas excluyen las técnicas narrativas de los trabajos científicos. Consideran que los relatos aumentan las emociones, reducen la racionalidad y nublan el análisis objetivo.

Elizabeth Holmes, fundadora de Theranos. Fuente: BBC

Cuando se publicó el primer artículo de investigación de John Carreyrou en el Wall Street Journal, Holmes apareció en el programa Mad Money de la cadena CNBC para intentar contener los daños. «Esto es lo que pasa», dijo, «cuando trabajas para cambiar las cosas y primero creen que estás loca, después luchan contra ti y, entonces, de repente, cambias el mundo». Holmes luchaba desesperadamente por reposicionarse como una heroína asediada por oscuros enemigos. Después de todo, ¿cómo iba a ser una buena historia si la protagonista no tuviera adversidades que superar y villanos a los que vencer?

Moraleja para RR.HH.

Primera, aunque es cierto que tanto las personas como las organizaciones necesitan cultivar el arte de la narrativa, también deben prestar atención a la ética. A pesar de que las historias suelen proporcionar beneficios simbióticos para el emisor y el receptor, hay que recordar que se cuentan principalmente en función de los intereses del narrador y por lo cual existe una responsabilidad corporativa por asumir. Con el perdón de nuestros amigos consultores, no vender humo es un acto que requiere voluntad.

Segunda, una cultura aparentemente real y extendida de narrativa empresarial está emergiendo a medida que proliferan los libros y cursos sobre el tema,  inclusive algunas empresas se plantean contratar Chief Storytelling Officers (Directores Ejecutivos de Narrativa). La debacle de Theranos demuestra lo importante que es construir esta cultura sobre una solidísima base de transparencia. Ahora es el momento de reconocer lo tentador que puede ser construir un buen relato (como hacen los timadores) como un arma de manipulación psicológica y emocional.

Fomentar una cultura de narrativa honesta no solo representa un imperativo moral para las organizaciones y nuestros colaboradores. Supone la mejor práctica empresarial en el sentido del más largo plazo y de los resultados. No importa el género ni el formato, el antiguo objetivo principal de la narrativa es simple: contar la verdad. Esto se aplica incluso a los mundos de fantasía de la ficción. «La ficción», como dijo Albert Camus, «es la mentira a través de la que contamos la verdad». Los mejores narradores del mundo no evitan la falsedad y la falta de autenticidad solo porque sean moralmente superiores al resto de nosotros (cualquiera que ha leído sus autobiografías sabe que no es el caso). Lo hacen en reconocimiento de que contar la verdad representa la mejor manera de hacer negocios para ellos también.