Las estrategias de vuelta a la oficina (por obligación), la frustración o la ‘brecha de entendimiento’ entre empleados y empleadores crean un caldo de cultivo propicio para una nueva oleada de quejas en las redes sociales por parte de profesionales desencantados, que usan estos canales no tradicionales para un desahogo laboral que implica más riesgos profesionales que ventajas y soluciones.
Hace al menos dos décadas que la Asociación Americana de Psicología aseguraba que las historias que publicamos en las redes sociales son predictores exactos de nuestro éxito laboral futuro, más eficaces incluso que los test de personalidad. Pocos desconocen a estas alturas que los reclutadores fisgan en la vida que tenemos (y publicamos) en las redes para comprobar datos o para conocer nuestro comportamiento pasado y tomar decisiones de selección.
Hace años que los expertos recomiendan máxima prudencia con lo que ponemos en Facebook, Twitter, Instagram… o TikTok, sobre todo si se nos ha ocurrido agregar a nuestro jefe y sabemos que puede vigilarnos. La advertencia siempre ha sido no criticarle (tampoco a la empresa) en las redes sociales… Pero no todos hacen caso de estos consejos. Hay quien no los seguía antes, arriesgándose con críticas imprudentes, y tampoco los siguen ahora.
Tras la gran dimisión (o gran renuncia), asistimos al nacimiento y desarrollo de diversos fenómenos colaterales con un denominador común: la frustración de millones de profesionales, descontentos con su forma de trabajar y con la manera en la que sus empresas gestionaban los nuevos modelos de actividad surgidos tras la pandemia. Esa gran frustración vino acompañada de un periodo de escucha por parte de las compañías, obsesionadas por los altos índices de rotación y el abandono de muchos empleados. Esto les llevó a interesarse de forma creciente por conocer las necesidades de sus empleados y satisfacerlas… Algo que casi nadie ha logrado definitivamente.
‘Influencers’ muy audaces
En los últimos meses han aparecido influencers del empleo que se han hecho virales -sobre todo en TikTok- por hacer pública su renuncia al puesto o a la empresa. Es lo que algunos denominan quit tok. Las quejas y reivindicaciones de estos influencers del empleo por haber sido despedidos son seguidas por una legión de personas también frustradas por sus trabajos, sus jefes o carreras profesionales. Un ejemplo pionero fue el de Shana Blackwel, cajera del turno de noche de Wallmart; aunque también se hicieron virales algunos grupos de trabajadores de McDonald’s en Reino Unido; la australiana Christina Zumbo, que logró que 140.000 seguidores de TikTok siguieran su renuncia; o Marisa Jo Mayes, cuyo relato de su despido fue seguido por más de 200.000 usuarios en las redes sociales.

Aunque hay quien ve algunos beneficios en el fenómeno creciente de quejarse del jefe o de la propia compañía y hacer pública la renuncia laboral en las redes sociales, lo cierto es que las historias de este tipo de críticas, jactándose de abandonar el trabajo es -como advertían ya hace décadas los expertos- una estrategia que a largo plazo le costará caro a quien la ponga en práctica cuando se ponga a buscar un nuevo puesto y se encuentre con reclutadores que identifican historias, imágenes y opiniones sobre la vida profesional (y también sobre la personal) de los futuros candidatos.
Las quejas de siempre, como nunca
La frustración, los despidos, las estrategias de vuelta a la oficina (obligada en muchos casos), o la brecha de entendimiento entre empleados y empleadores en un nuevo modelo híbrido ha provocado una nueva oleada de quejas en la que según estudios como el de Owl Labs, «los empleados recurren a las plataformas sociales como una forma de expresarse».
Se advierte un aumento creciente de las quejas contra la compañía o el trabajo que se realiza en ella, por medio de publicaciones que incluyen contenido negativo acerca del trabajo. Y esto se publica en canales sociales personales como X, Instagram, Facebook o TikTok. Y también de forma anónima en sitios como Glassdoor.
Quienes utilizan estos canales no tradicionales para quejarse sobre la propia empresa o los jefes parecen olvidar los riesgos laborales, profesionales e incluso legales que corren.
Los expertos recomiendan ser selectivo en lo que se refiere a con quién nos desahogamos, y advierten de que tan importante como con quién nos desahogamos es dónde lo hacemos.
Es difícil de entender que se escoja la vía no tradicional de las redes sociales para la queja, ya que desde hace años las empresas cuentan con manuales para empleados que regulan su actividad en estos canales.

Alberto Gavilán, director de talento de The Adecco Group, cree que aquellos que escogen estos canales poco habituales lo hacen bien porque rechazan los tradicionales o porque piensan que lo que van a decir no va a ser escuchado. Ante el mal funcionamiento de los canales tradicionales se busca otro tipo de repercusión, pero olvidan que las empresas cuidan mucho la repercusión en redes y su imagen de marca. Y este tipo de quejas puede afectar negativamente al que critica.
Por su parte Ovidio Peñalver, socio director de Isavia, identifica a estos partidarios de la queja en redes como «profesionales que viven o sienten frustración. Y la frustración, psicológicamente hablando, es la diferencia de expectativas entre la situación actual y la deseada».
Peñalver añade que «lo obvio, necesario o inteligente al sentir frustración es canalizarlo y expresarlo. Pero hay que sacarlo fuera de una manera funcional. No es lo mismo una queja tóxica que una reclamación productiva». Coincide con la opinión de Brian Bloom, vicepresidente de beneficios globales de Korn Ferry, en un reciente informe sobre quejarse del trabajo en el trabajo. Bloom cree que «existe una delgada línea entre desahogarse de manera saludable y ser visto como una influencia negativa».
Ovidio Peñalver añade que «una vez que alguien decide canalizar o mostrar esa frustración de una manera positiva, lo suyo es pasar a la acción a través de los cauces internos que ofrece la organización. En este sentido conviene hacérselo saber al responsable directo o a quien fuere. Es lo que hay que hacer cuando se tiene un mínimo de madurez». El socio director de Isavia insiste en que «hay quien habla de inteligencia política. Lo inteligente es hacerlo de esta manera y no a través de Tik Tok o de una red social, porque sobrepasar ciertos límites implica riesgos»
El estudio de Korn Ferry sobre las quejas en el trabajo recuerda que la comunicación abierta y honesta es una de las bases para construir una cultura inclusiva. Eso incluye desahogarse, y compartir quejas puede conducir a una mejor colaboración y comunicación e impulsar la productividad. Pero la forma en que uno expresa sus frustraciones es tan importante como el motivo de su desahogo. Hay que tener en cuenta que uno puede desahogarse todo lo que quiera, pero nada va a mejorar a menos que también proponga soluciones. Y ese no suele ser un aspecto central de la queja: la mayoría de las veces ésta se produce sólo para desahogarse, sin ninguna intención de averiguar cómo solucionar el problema.
Derecho al pataleo o algo más
Jorge Sarazá, socio de laboral de Ceca Magán Abogados, también advierte de que hay que tener cuidado con la frontera entre el simple derecho al pataleo y la calumnia. Recuerda que desde el punto de vista legal, las quejas imprudentes sobre el trabajo o la empresa en redes sociales pueden suponer un agravante de publicidad y gran difusión en cuestión de derecho al honor, la propia imagen, calumnias e injurias.

Añade que «desde el punto de vista laboral, por mucha queja y pataleo a la que pueda tener derecho un profesional, nunca tendrá un cheque en blanco en internet o en las redes sociales». Vulnerar el derecho al honor, a la intimidad o a la propia imagen en este sentido puede estar perseguido por demandas de retractación.
Sarazá recuerda que la mera libertad de expresión no es perseguible siempre que no se incumpla la ley y no se invada la libertad de expresión de otros. Añade que un profesional en activo que use los canales de las redes sociales para quejarse de su jefe o compañía ha de tener en cuenta que existen códigos éticos y manuales de conducta cada vez más extendidos por las organizaciones. Excederse en estos casos puede acarrear sanciones o despidos.
Para quien no está en activo se aplica el mismo pack laboral, aunque sin reproche disciplinario, aunque sí podría haber un reproche civil.
Andrés Pérez Ortega, consultor en estrategia personal, sugiere que no nos sintamos obligados a convertirnos en «justicieros» simplemente porque nos digan «tú puedes». Recuerda que a finales del siglo pasado empezaron a enviarse mensajes buenistas del tipo «consigue lo que mereces», «más vale pedir perdón que pedir permiso», «tú puedes cambiar el mundo» y similares: «Eso, unido a la posibilidad de divulgar nuestro mensaje a todo el planeta desde un ordenador (ahora con un móvil), estaba poniendo muy fácil el que cualquiera se pudiera sentir con derecho a hacer justicia desde dentro de su organización. Y por si eso fuera poco, lo dospuntocero es un entorno en el que fácilmente surgen palmeros anónimos que animan a denunciar o a criticar («eres un crack», «menos mal que alguien lo dice»). Así, entre el enfado por alguna situación concreta en la empresa, la presión de los seguidores y una mezcla de vanidad, espíritu justiciero e irresponsabilidad se juntan todos los elementos para que en un momento de enfado cualquiera se cruce las líneas rojas que cada día son más finas».

Otro consejo de Andrés Pérez es no caer en la empleodependencia. Si uno cree que en una empresa no tiene futuro, debe atreverse a crear su propio empleo. Recuerda que ahora, especialmente para los más jóvenes, todos los trabajos son alimenticios (aquellos que nos permiten sobrevivir). En un escenario de trabajo precario y temporal, Pérez advierte de que resulta complicado callarse cuando algo va mal o cuando uno cree que lo están tratando injustamente. Incluso ve posible que haya quien utilice sus denuncias o quejas públicas como una forma de acelerar su despido: «Si ni se plantea comprarse una casa, tener hijos o soñar con estar colocado a los 40 como les decían a los Boomer o a los X, sólo piensa a corto plazo. Como en el experimento de los donuts y los niños, prefiere comérselo y quedarse a gusto antes que retrasar la recompensa. Así que se desahoga en sus redes y mañana, Dios dirá».
Con el panorama de las quejas imprudentes en las redes a la vista, Andrés Pérez formula una tercera sugerencia: «No considere la relación con su empresa como un matrimonio, sino como una prestación de servicios proveedor/cliente». Recuerda que también a finales del siglo pasado empezó a circular la idea de que los más jóvenes ya no se comprometen, que han perdido los valores, que no aceptan trabajar sin límite de horas como «toda la vida» para ser persona «de provecho». Se pregunta qué sentido tiene darlo todo por la otra parte si uno sabe que pueden prescindir de él en cualquier momento, y asegura que «con la llegada de las redes sociales esa falta de compromiso, unida a la posibilidad de decir lo primero que a uno se le pasaba por la cabeza en un momento de ira provocó que fuera demasiado fácil desahogarse sin pensar en las consecuencias».